Las luces rojas iluminan el centro del escenario. De un extremo aparece un hombre vestido con camisa roja, pantalón y medias negras. Una silla de madera acompaña al joven. Es Kiko López, de la compañía española que lleva su nombre.
Kiko tiene una especie de magnetismo con el asiento. Lo toca. Lo mira. Lo utiliza sentándose de diversas formas. Su espalda, pies y cabeza se posicionan orientados hacia el techo. Detrás de él, los espectadores miran atentos al intérprete –y coreógrafo– de Wiwbak.
Aquella puesta en escena, que se presentó la noche del viernes 20 de octubre en La Manzana, es una de las últimas del programa de PRISMA–Festival Internacional de Danza Contemporánea de Panamá en su 12 edición.
La desconexión entre Kiko y la silla fue evidente cuando este vio una especie de lámpara en la esquina derecha del lugar. La silla pasó a un segundo plano. Ahora todo el centro de su atención lo tiene el utensilio color blanco.
Una nueva relación se gesta. El hombre mira con curiosidad la lámpara y sonríe. Quiere mirar lo que existe dentro de ella, pero se retracta. Cuando intenta mirar hacia lo desconocido viene el sobresalto.
El nuevo magnetismo tiene mucho mayor vigor, a tal punto que Kiko y la lámpara son un nuevo individuo, una nueva entidad. La cabeza de Kiko es la lámpara, y la lámpara es la cabeza de Kiko. La camisa roja y las medias negras son dejadas a un lado, en el suelo.
El ejecutante recorre todo el escenario con mucho frenesí. Realiza movimientos con rapidez. Le pide bailar a una muchacha del público al ritmo de una salsa; ella, sin pensarlo, acepta.
Del mismo modo, los demás espectadores se unen a Wiwbak cuando Kiko pide que hagan palmadas, en esta puesta que ―mediante el recurso del extrañamiento (que pone en cuestión las percepciones y relaciones cotidianas normalizadas)― propone confrontar la realidad y explorar nuevos mundos.
Fotos de Edouard Serra
Este blog lo edita Salvador Medina Barahona con la colaboración de
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