jueves, 19 de octubre de 2023

Entre placeres culposos

                   


Por Ana Sofía Camarga

Dos niñas y sus padres se sientan a comer alrededor de una mesa. En el fondo se ve una maleza que podría ser un trigal. Un bailarín da un brinco felino sobre la mesa, interrumpiendo la comida, se presenta en inglés como Héctor y explica que esta es una familia cualquiera, en cualquier parte del mundo. Así inicia la obra de danza teatral Non-Upgraded Existence del grupo de danza Cia. Nadine Gerspacher, con coreografía de su directora homónima, y dramaturgia de Anna Castells. 

Interpretada por Hedvig Edvall Bons, Vlad Ion, Camille Lejeune, Paula Niehoff y Julien Rossin, la pieza se estrenó para Latinoamérica el 17 de octubre en el Teatro Nacional para PRISMAFestival Internacional de Danza Contemporánea de Panamá.


Gerspacher inicia pintando un retrato de una escena doméstica común y corriente. Se escucha una pieza con aires de ópera, compuesta por Josep Maria Baldona. La madre sale de escena, y entra una vez más con el plato de ostras, y comen nuevamente. Comen entre risas y un diálogo en una jerigonza que el público, entre murmullos, trata de descifrar. El acto se repite como un video nostálgico que ha sido puesto en loop: la progresión del tiempo no es estrictamente lineal.

A medida que se repite la escena, los movimientos son más frenéticos. Las ostras van y vienen en brazos de la madre para ser devoradas. El retrato familiar es en realidad un vanitas, un bodegón que alerta del abuso de los placeres.


A lo largo de la obra se observan los distintos puntos de vista de cada personaje, casi herméticamente aislados de los demás.

Edvall Bons, la hermana menor, peinada con trenzas que le dan un aire infantil, es la primera en alarmarse. El resto de la familia está congelada en el tiempo. La música se ha detenido y el silencio es denso. Ella trata de despertarles sin éxito antes de esconder las ostras detrás de la paja. Se reanuda el tiempo, e inicia el conflicto.

Ya no se escucha la música lírica de ópera, ahora la música es rítmica y minimalista. Bajan y suben de la mesa, sus espaldas se doblan y desdoblan en sincronía, como movidos por una fuerza invisible. El escenario poco a poco se inunda de humo. Hay gritos. Es una casa en llamas.

En un momento, Lejeune, la madre, en un «solo» ante la mirada atónita de los demás personajes, encuentra las ostras y las tira encima de ella entre carcajadas histéricas que luego son un llanto gutural. Luego, Ion, el padre, baila con movimientos lánguidos detrás del monte; el resto de la familia parece no percatarse. Después vemos a Niehoff, la hermana mayor, encogida, en compañía de Héctor, interpretado por Rossin, quien trata de mover su cuerpo impasible en medio de un monólogo que solo el público parece escuchar. Seguido, las niñas juegan en la oscuridad con Héctor. Cada escena resalta la soledad que plaga un hogar disfuncional.




La música se acelera y es progresivamente más disonante durante el dueto de combate de los padres. No es claro quién es el agresor, pero siento mis ojos arder y mi estómago retorcerse al ver a la hermana menor atrapada sobre la mesa que es tirada de un lado a otro entre los padres. Los demás personajes se meten en la pelea y poco a poco van desescalando el conflicto. La paz se hace sobre la mesa, juegan entre el monte y lo traen hacia ella. Se integran al paisaje y se pone el sol sobre el escenario.

Una vez más, Gerspacher cuenta una historia desde la experiencia femenina y atrapa en su simbolismo la comedia de lo absurdo.                                                        

                                        


                                                                Fotos de Edouard Serra

Ficha técnica de la obra:


Este blog lo edita Salvador Medina Barahona con la colaboración de  







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