Por Thyrza M. Guerrero M.
Lograr ver los diseños del arquitecto Frank Gehry, en cuyas obras de arte arquitectónicas se observan esquemas clásicos, renacentistas, barrocos o neoclásicos, es un sueño para muchos. Imaginar replicar los mismos cuando la materia prima es la música y siete bailarines es toda una audacia.
El Biomuseo y una tarde soleada resultaron la combinación idónea para sumergirnos en la aventura que la programación de PRISMA–Festival Internacional de Danza Contemporánea de Panamá, en su edición número 12, nos había preparado con la pieza Cuerpacio, dirigida por Juan Jesús Guiraldi, de la compañía UNA CONSTANTE, Argentina.
Responsable del PRISMA Lab Profesional 2023, Guiraldi, bailarín, coreógrafo, docente e intérprete argentino, quien se dedica a investigar la fusión y experimentación de diversos lenguajes del movimiento, utiliza diversas técnicas de improvisación en sus trabajos.
Acostumbrados como estamos a piezas que se desarrollan en un solo espacio, Cuerpacio sorprende por su apropiación multiespacial. Los bailarines del PRISMA Lab Profesional: Boris Alvarado, Leo Bermúdez, Mónica Concepción, Keyla Concepción, Milko Delgado, Stephanie Lee y Sara Martin Hernández intervienen distintos espacios del museo para finalizar su propuesta en el atrio.
Da inicio la música y los siete bailarines, con jeans, zapatillas y camisetas de brillantes colores, nos vinculan con las fuertes tonalidades del museo, la cultura local y el ambiente tropical en el que vivimos.
Desplazamientos de exploración del área, conexión de los cuerpos. Me abandono a la narrativa propuesta. Como el fraguado de hormigón, los artistas van diseñando y construyendo el espacio en el que se mueven. Se convierten en piso, columnas y una vez terminado el trabajo en una zona deciden migrar a otra.
A la invitación de Mauro Sebastián Cacciatore, asistente de dirección, nos movilizamos rumbo al paseo del Canal. Dejamos atrás a los bailarines que han escalado un muro y han vuelto a caer en el punto de inicio. Recibimos las indicaciones para ir hacia la nueva locación.
Esperamos de espaldas al mar; de fondo, el museo. De pronto observamos que los bailarines descienden por las rampas con movimientos de aves.
Listos para iniciar un nuevo juego, sus cuerpos forman diseños fragmentados y asimétricos que, yuxtapuestos, en posiciones que parecen inacabadas, dejan de ser ellos para convertirse en las cubiertas metálicas del museo, que evocan los fuertes contrastes típicos de los ecosistemas tropicales del istmo de Panamá.
El lugar era el mejor indicado para observar la recreación de ese fenómeno.
Toca cambiar de espacio. La intuición indica que la pieza está por finalizar, a casi una hora de haber iniciado.
Los bailarines se apropian del atrio del museo y, pese al visible cansancio en el rostro, sus movimientos transmiten euforia y satisfacción. Aún hay energía que transmitir.
Es en el atrio, el corazón de la estructura, donde también dejan el suyo.
Contar, conectar miradas, la respiración fueron códigos visibles de un intercambio continuo de información entre los danzantes como sistema de comunicación corporal, común en la técnica de improvisación en la danza. Con diversas modalidades como parkour, contact improvisation y flying low, así como la técnica Gaga, sirvieron la propuesta.
Así como cada especie es única dentro de nuestra biodiversidad, cada bailarín, cuando improvisa, es único. A través de Cuerpacio nos compartieron su universo interior, su historia personal, sus posibilidades y limitaciones, su momento actual. Fue una danza personal e intransferible.
Fotos de Edouard Serra
Este blog lo edita Salvador Medina Barahona con la colaboración de
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