domingo, 22 de octubre de 2023

¿Quién es el captor?


Por Esther M. Arjona

Una luz de fondo deja ver la silueta de una figura humana que intenta desplazarse, pero no puede. A pesar de mover su cuerpo, sus brazos, está atrapada. A medida que la iluminación gana intensidad nos percatamos de un segundo cuerpo que, desde el piso, abraza las piernas del primero y es quien le impide irse.

Un ling zi pluma de faisán colocada a manera de tocado, como en la tradicional ópera china―, en la cabeza de la bailarina, la identifica como un ave que, a pesar de querer desplegar sus alas, no es capaz de zafarse de quien la tiene presa, una figura masculina. Ambos visten igual; sin embargo, la actitud de sus movimientos identifica a una como cautiva, y, al otro, como captor. Los brazos de la bailarina se despliegan alrededor del cuerpo, como alas que, a pesar de esforzarse, no pueden alzar vuelo.



Birdy es la pieza que la compañía taiwanesa Hung Dance presentó la noche del 19 de octubre en el Teatro Nacional, en el marco de PRISMA–Festival Internacional de Danza Contemporánea de Panamá, en su 12 edición.

Bajo la dirección y con coreografía de Lai Hung-Chung, los bailarines Cheng I-han y Lee Kuan-ling ofrecen un exquisito dúo que nos lleva a reflexionar sobre la dinámica de la libertad y la opresión, encarnada en la relación de dos personas; pero que puede también aludir a los sentimientos y actitudes de una sociedad completa. 

La iluminación, de Tsai Chao-yu, y el vestuario, de Hsu Chia-wei, brindan un ámbito sobrio que pone el foco sobre los personajes.



La bailarina logra desplazarse, pero eso no significa que es libre; su captor no le da mucho margen. Apenas nota que se aleja un poco, la atrae hacia sí, la toma de las manos, de las piernas. Con leves toques en su rostro, le recuerda que no debe no puede alejarse de donde está; no se libra de su dominio.

En momentos, ella parece olvidar su deseo de marcar su propio camino y se compenetra con él. Él deja de ser enérgico, sus movimientos se tornan más delicados. Pero eventualmente ella se quita el ling zi y la dinámica cambia. Con la armonía de movimientos inspirados en el tai-chi el dúo fluye por todo el escenario. Comparten aquella pluma, que representa el poder de los guerreros. 

Por lapsos los movimientos son muy fluidos; en otros, se tornan esquemáticos. Así son las relaciones: cambiantes, volubles.



No es raro que el ling zi quede en manos, o, más bien, en la cabeza del bailarín. Se invierten los papeles, aunque no será un cambio permanente. El final, lejos de presentarnos a un vencedor, sorprende.

La libertad y la opresión son temas que han estado presentes en la conversación internacional de Taiwán; pero que son fácilmente trasladables a las relaciones de pareja y a la vida diaria. Saliendo del teatro, camino hacia el estacionamiento escuché el comentario de una pareja que, al igual que yo, salía de la presentación. Ella le comentaba a él que la había disfrutado y cómo había visto que impactó a los asistentes. «La obra me dio risa», dijo. «Fue como verte a ti y a mi, esa forma de actuar, de reaccionar… como niños...».

Definitivamente una pieza de danza nos puede llevar desde lo más general o colectivo hasta lo más íntimo.







                                                                  Fotos de Edouard Serra

Ficha técnica de la obra:

https://festivalprisma.com/hung-dance-birdy/


Este blog lo edita Salvador Medina Barahona con la colaboración de




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